VIEJAS NUEVAS PALABRAS
Antes los tertulianos, imaginaban y debatían sobre lo posible o lo imposible. El diálogo como la forma más poderosa de transformar el mundo.
Ahorra son solo el espejo de posiciones destinadas a no encontrarse jamás.
Aunque no podamos descartar que quizás en este momento, en algún café de alma antigua, aún haya personas con el sosiego y la valentía de confrontar ideas sin necesidad de insultos y empujones.
No se puede obviar o negar que las palabras cambian, mutan, se modifican, se ajustan a los tiempos en una búsqueda perpetua de vigencia. Ese “comportamiento de las palabras” (como lo denominó Elias Canetti) puede traducirse en una riqueza de matices. Pero en no pocas ocasiones, las palabras se queman por tanto uso indiscriminado y lo que antes atesoraba una riqueza indudablemente poética pasan a ser términos que oscurecen su origen hasta hacerlo prácticamente invisible. Tomemos, por ejemplo, las palabras “tertulia” o “tertuliano”. En otros tiempos, pronunciarlas era viajar hasta un mundo muy concreto, diatribas dialécticas en cafés en las que participaban adictos al ingenio y a la discusión como forma de enriquecimiento. Ahora, por desgracia, tertulias y tertulianos han acabado adquiriendo unos matices que no vale la pena repetir en estas páginas.
Claramente, las míticas tertulias literarias en Viena Capellanes han sido objeto de todo tipo de aproximaciones. Intelectuales y artistas buscaban en las sombras de esos locales, a salvo en el influjo del aroma a café, el lugar ideal para debatir sus ideas. Cualquier lista de nombres habituales se queda siempre corta: Rafael Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa; Antonio Mingote, Rafael Azcona, Álvaro de la Iglesia, Cortes Cavanillas, Evaristo Acevedo, Jaime Capmany, Fragoso del Toro, Luis García Berlanga son solo un puñado de los habituales en esos fantásticos encuentros. Incluso el siempre inclasificable Luis Buñuel gustaba de quedar en esos salones para entregarse a ese maravilloso ejercicio de compartir ideas que se practicaba en las tertulias. Ecos de estos encuentros fueron encontrando acomodo en otros locales como el Pombo, el Colonial o El Gijón.
Sin embargo, las tertulias literarias y artísticas no eran las únicas que tenían lugar en los locales de Viena. Mucho menos conocidas, aunque en su momento igualmente importantes, eran las reuniones políticas, donde también se dirimían combates dialectos en torno a la política (tan populares fueron que Viena terminó por hacerse con un servicio de coches que salían desde la Puerta del Sol para trasladar, gratuitamente, a los comensales. Tuvo su gran auge en la década de los años 30 y ningún acontecimiento social era recibido sin pasar por el tamiz de esas tertulias.
Viena siempre ha vivido con la historia pegada a su piel
Fruto de esas tertulias y de la voluntad de la familia Lence, el 19 de noviembre de 1933, día en el que las mujeres pudieron votar por primera vez en España, Viena elaboró un menú muy especial para dar aún más lustre a tan trascendental cambio social: Solomillo, tortilla, postre, vino y pan (de Viena, claro) por poco más de 5 pesetas hicieron que muchísimos políticos influyentes en aquel momento aprovecharan la ocasión para celebrar en sus locales lo que era sin duda alguna una de las fechas más importantes de nuestra historia.
Antes los tertulianos, imaginaban y debatían sobre lo posible o lo imposible. El diálogo como la forma más poderosa de transformar el mundo.
Ahorra son solo el espejo de posiciones destinadas a no encontrarse jamás.
Aunque no podamos descartar que quizás en este momento, en algún café de alma antigua, aún haya personas con el sosiego y la valentía de confrontar ideas sin necesidad de insultos y empujones.
Ada Simón
Noviembre 2020
Noviembre 2020